sábado, 3 de enero de 2015

Traducción del texto del Soke del Mugairyu Meishi-ha

Mi vida en el Budō y el Mugairyū

Gyokuso Niina
Sōke (*1) del Mugairyū Meishi-ha
Gyokuso Niina

A Sobre mi historia


El punto de partida fue la práctica del aikidō. En el aikidō se utilizan jō (bastones) y bokken (espadas de madera), aunque también me inicié en el entrenamiento del Shintō Musōryū Jōjutsu, que es un arte marcial especializada en el uso del jō. Allí fue donde el más antiguo de mis superiores, el maestro Iwameji, me dijo: “Practica también el iaidō”, por lo que también comencé a entrenar iaidō.

Creo que si uno es japonés, está naturalmente cautivado por la nihontō (katana o espada japonesa). Pienso, como lo dijo Inazō Nitobe en su obra Bushidō, que la identidad espiritual del japonés, ya sea que esté consciente de ello o no, está en la “katana”, en el “samurai”. El hecho es que en mí, esto también fue así.

Coincidentemente, el maestro de quien yo aprendía jōjutsu era un gran maestro del “Mugairyū”, iniciándose así mi relación con el “Mugairyū”, de manera tan natural.

B Sobre el manejo de la espada


En el libro Bushidō, de Inazō Nitobe, está escrito algo así como que el fomento al camino del bushidō se inicia colocando, cerca y desde niño, una espada. Pero nada se inicia sin la circunspección de que “la katana puede cortar”. Así fue cómo me interesé en meterme de lleno en ese “poder cortar”, considerando que un “nihontō” (espada japonesa) es tal debido a su capacidad de “cortar”.

Seguramente el iai original fue así. Además, las katas del iai y el kumitachi (entrecruzamiento de espadas) de mi corriente, que quedan en la actualidad, son los únicos que tienen la premisa de “cruzar espadas” o de “disputarse la vida”, en comparación con otras corrientes del iai o dentro del mismo Mugairyū.

C Sobre mi maestro


Fue el maestro Hōshō Terushige Shiokawa, quien falleció en marzo de este año (2014) con 88 años de edad. Fue nombrado décimo quinto sōke y hanshi (el más alto título dentro del budō) noveno dan del Mugairyū Iai Heidō. También jugó un papel activo en los encuentros de la Federación Japonesa de Kendo. Su notoriedad se resumía en cómo lo describían: “Shiokawa es prominente en el Mugairyū”, contribuyendo así a la difusión del Mugairyū.

Se dice que en el mundo del budō hay tres momentos: shu (preservación de los fundamentos), ha (rompimiento de la tradición) y ri (separación de la sabiduría tradicional). Inclusive entre mis discípulos, hay muchos quienes se salen de la escuela o escapan a escuelas de otras corrientes, la mayoría de ellos sin avanzar en la etapa del shu.

En diciembre del año pasado (2013), justo antes de que mi maestro falleciera, le informé, mediante una carta, que preservando lo que heredé de él, había ingresado a la etapa del ri pasando a través de la etapa del ha. Al parecer, mi maestro se había puesto extremadamente contento. Según lo que me había dicho su esposa, él solía leer repetidas veces aquella carta, la cual guardó bajo su almohada hasta el día de su muerte.

Yo recibí una gran herencia de mi maestro y actualmente dirijo a toda una escuela. Por mi posición, por la que me hago cargo de discípulos, entiendo muy bien la alegría que sintió mi maestro por mi crecimiento

Fue un gran maestro. Felizmente, pude aprender estando cerca a él. Hubo momentos en los que practicaba en el dōjō de mi maestro hasta la medianoche. Mi maestro me decía: “Como este es mi dōjō, utilízalo libremente, hasta cualquier hora”. Después de ofrecer sus enseñanzas hasta las diez de la noche, el maestro me decía: “Yo me voy para arriba, ¿bueno?”, retornando así a su habitación, dejándome seguir con mis prácticas, solo, en su dōjō. Momentos después, mientras yo practicaba, bajaba las gradas con una botella de cerveza en una mano y me decía: “¡Niina, el pie no está bien!”. Si no estaba viendo, ¿cómo es que lo sabía? Seguramente se había dado cuenta de que “no estaba bien” al escuchar el sonido desde arriba. Me sorprendí.

Hoy vivo agradeciendo cada día a mi maestro, diciéndole: “Maestro, muchas gracias”.    

D Sobre mi corriente y orientación


Actualmente, el Mugairyū que es reconocido en el mundo es el iai. En Japón, si uno ve la enciclopedia en línea Wikipedia, resulta que hay más de 60 corrientes de iai. Al parecer, son muchas las que, a pesar de ser parte de la misma corriente, dedican su instrucción en el iai únicamente a la kata (forma o secuencia de movimientos para practicar el manejo de la espada). Por decirlo así, hay muchos grupos cuyo contenido se limita a hacer las cosas, cada uno por sí solo. En estos casos, la teoría es lo único con que se podría contar. Con solo teoría, entonces no se podría hacer más que discutir sobre el michi (camino de entrenamiento, pronunciado también dō) del iaidō. Sin embargo, es casi seguro que lo que tenía el iai en sus orígenes estaba en el límite de la vida —es decir, o la vida o la muerte— que se imponía por la espada que emergía de una saya (funda o vaina).

En el Mugairyū no hay movimientos innecesarios. Es por eso que se percibe de una manera aún más próxima el hecho de “vivir-morir”.

Yo pienso de la siguiente manera:

La primera etapa que se aprende en el iai consiste en las maneras de desenvainar, envainar y esgrimir la espada. Una verdad que no se puede negar es que el sentido original del iai está en el nukiuchi (ataque o corte en el mismo movimiento del desenvainado) llamado “nukisokuzan” (cortar en el instante de desenvainar). Consecuentemente, el battō (desenvainar) y el nōtō (envainar), que comúnmente se piensa que son fáciles, deben ser practicados con gran rigurosidad. Si uno se dedica verdaderamente a aprender esto, se le hará fácil cortar un makiwara (poste semirrígido que se usa para cortar) mediante un nukiuchi. Pero, a diferencia de la época en la que el adversario se abalanzaba a uno —en esos tiempos cuando realmente existía la posibilidad de utilizar el iai, por así decirlo, en esos días cuando se estaba en el límite entre vivir o morir—, un makiwara no viene a atacarnos. En esta primera etapa, hay que entender cómo cortar fácilmente con la espada.

La segunda etapa consiste en el kumitachi y las katas del kenjutsu. Esta vez el adversario se abalanza a uno, a diferencia de la primera etapa, en la que no lo hace. Hay que saber que, desde el momento en que la espada está envainada, existen maniobras importantes como la medición mutua de la distancia con el oponente, la coordinación de la respiración, el taisabaki (manejo del cuerpo) o el unsoku (trabajo de los pies). También se llega a entender que los movimientos realizados arbitrariamente, sin considerar al oponente, o la realización de acciones innecesarias, conllevan, sin lugar a dudas, a que uno sea cortado.

Así, después de las prácticas de corte con makiwara o de kumitachi, hay una tercera etapa. Esa es el ejercicio de las katas de iai que se realiza por uno mismo. Creo que estas katas de iai que se realizan por uno mismo son fáciles si es que se ejecutan sin pensar, pero se hacen duros y difíciles a medida que uno los conoce a profundidad. Esta diferencia, en mi opinión, es la misma que existe entre la manera de ejecutar las katas, siguiendo simplemente la secuencia de sus movimientos —hasta mostrando que con tales acciones sería imposible cortar—, y el situarse en la puerta de un iai auténtico después de haber acumulado el aprendizaje de la primera y segunda etapas.

Además, debido a que se busca un estado mental —es decir, de la manera misma de ser de nuestro espíritu—, el Mugairyū es denominado “el zen que se mueve”. Por ello, podemos ver la destreza de una persona desde el momento en que ésta desenvaina su espada.

No se podría llegar al máximo nivel alcanzado por los fundadores de estilos, los héroes del pasado o por espadachines legendarios, si al querer explicar algo así como un camino, se comienza guiando solamente a través de la imitación durante entrenamiento de las katas, las cuales son en realidad rigurosas.

Creo que tanto el fundador del Mugairyū, Gettan Tsuji, como los antiguos grandes espadachines, estuvieron dentro de la época del vivir-morir y hubieron quienes asimilaron o experimentaron algo a través los cortes reales con espada. Desde allí ha existido el “camino” que lograron con dificultad los héroes del pasado. Creo que ese máximo nivel fue alcanzado, finalmente, tras su búsqueda inicial de ser eficaz y de tener temple.

Nosotros, digámoslo así, las personas comunes que vivimos en estos tiempos, en los que no existe el antagonismo entre el vivir y el morir, no tenemos otra alternativa que aprender la “técnica” a través del entrenamiento de cortes a los makiwaras o a través del kumitachi. Al final, perseguimos, durante nuestra vida, a los budōkas (artista marcial o persona que practica las artes marciales) contemporáneos, quienes día a día esperan encontrar ese “camino”, el cual se dice que está en el horizonte de los entrenamientos de las katas. Sin embargo, esta era contemporánea es penosa. Se trata de una época en la que no faltan quienes, tras haber entrenado algunos años, tal vez durante diez años, y solo por haber estado presentes en un dōjō (lugar de práctica), pretenden mostrarse como si fueran esos budōkas. Es una era en la que existen muchos quienes, pretendiendo esa imagen, hablan pomposamente sobre algo que parece un camino, utilizando frases tales como: “la definición de camino es...”.

No obstante, el camino no es algo que exista desde el principio en la forma de un camino. Tras pulir la “técnica”, es algo con lo que nos topamos después de pasar por las tres etapas.

Es decir, “el camino está dentro de la técnica”.

Nosotros, quienes entrenamos día a día, creemos en el cántico del Mugairyū-Hyakusokuden (*2), que dice:

En todo caso, entrenar ejemplos es importante. Sabrás que, después de todo, finalmente se logrará.

No tenemos más que pulir nuestras destrezas y profundizar nuestro estudio hasta lograr apropiarnos de ese camino.

E Sobre las artes marciales


Hay quienes entrenan preguntándose: “¿Qué son las artes marciales?”. Estas personas son las que realmente se entrenan rigurosamente. Aún frente a entrenamientos duros, nunca claudican. Si uno es reprendido, debe tonar nota de las correcciones recibidas y ante todo perseguir las destrezas necesarias para las artes marciales.

Si se entrena por diez años (aunque no está bien solo ver transcurrir el tiempo), uno comenzará a sentir que se ha hecho más fuerte. Pero el problema está en los diez años siguientes. Si uno se dedica en esos diez años siguientes, comenzará a darse cuenta lo fuerte de otras personas. Si nuevamente se entrena por otros diez años más, uno se da cuenta de lo imperfecto que es, de lo débil que es, comenzando a confundirlo absolutamente todo. Creo que si se va en búsqueda de un verdadero perfeccionamiento, se andará por este camino.

Así que, entre los diez años de haber comenzado, hasta los 12 o 13 años, existe una trampa. Son muchas las personas que se engañan a sí mismas pensando: “tal vez me hice más fuerte”, después de haber entrenado por aproximadamente diez años, inclusive después de haber practicado tan solo de tres a cuatro años. De seguro a esto se llama “engreimiento”.

En cualquier arte marcial es igual. Pienso que el número de personas que llegan a envanecerse por pensar muy a la ligera es realmente alto. Sin haberse apropiado de destrezas notables, comienzan a caminar de manera arrogante y piensan, confundidos, que “se hicieron fuertes” simplemente por pequeñas habilidades o “movimientos” logrados.

Sin embargo, la verdad es que este mundo está lleno de personas fuertes. Creo que cuando uno empieza a darse cuenta de esto, recién comienza el camino del aprendizaje. Muchos de quienes se ejercitaron durante un considerable tiempo en el camino de las artes marciales, adquieren actitudes despreocupadas por haber percibido lo anterior. Un espíritu indagador no se agota, y lo que hay no es si uno puede vencer o no a otra persona, sino el mundo de uno mismo. Creo que esto es lo que nos lleva de la “técnica” al “camino”.

El camino del aprendizaje de las artes marciales no es como los “pensamientos del confucianismo” que son aplicados para una buena administración de organizaciones, sino más bien creo que está más próximo a la reflexión de “no hacer nada y tomar las cosas como llegan, de Huang-Lao (*3)”. Creo también que las artes marciales, más que compararse por acá y por allá con otras personas, es sobre el aprendizaje interminable sobre uno mismo, como individuo.

El fundador del Mugairyū, Gettan Tsuji, decía: “adiéstrate nuevamente, treinta años (*4)”. El haber recibido un menkyo-kaiden (sucesión o transmisión de todos los principios reservados u ocultos de una disciplina, estilo o corriente) no significa que se llegó al final. Adiéstrate nuevamente con la misma emoción que tenías cuando te iniciaste en esta persecución por el conocimiento. De esta manera, nos dice, avanzaremos todavía un paso más. También tenemos la siguiente máxima:

De aprender uno, conocemos diez. De saber diez, retornamos al uno.

En ésta, también se habla sobre continuar, otra vez. Esto es lo que involucra el entrenamiento de las artes marciales, tan distinto a los deportes.

F Sobre el Bushidō


Para el entrenamiento de las artes marciales se requiere poseer cualidades como el esfuerzo, la persistencia, la concentración, la paciencia y el autodominio, que sobrepasan al mero adiestramiento físico. Por consiguiente, al llegar a cierto nivel de técnica, nacen la autoconfianza y la serenidad. Además, se forma un espíritu de valentía, voluntad inquebrantable, modestia, cortesía, tolerancia y consideración a otros. Por ello, creo que el entrenamiento de las artes marciales es un proceso perpetuo de formación del carácter.

Pienso que el “Bushidō” es precisamente una amalgama de las virtudes humanas que se llegan a obtener a través de un entrenamiento arduo, entremezcladas con el espíritu del samurái que caracterizaba a quienes constituían la clase dominante —es decir, su conciencia como líderes, su sentido de la misión aún poniendo en riesgo la vida, su autosacrificio desinteresado y, también, su disposición para cumplir su responsabilidad asumiendo cualquier resultado emergente—.

Creo que el Bushidō es un principio de conductas activas sobre las prácticas de los samuráis, incluyendo el servicio o atención a los demás.

Tal vez, el Bushidō en Japón sea similar al espíritu de caballerosidad o al pensamiento del noblesse obligue de los países occidentales. Creo que con ellos existen valores universales en común.

En el espíritu de los japoneses de hoy todavía quedan los rastros del pensamiento Bushidō, que tiene aspectos básicos y comunes con la cultura japonesa. Creo que se trata de la columna vertebral espiritual de la cultura japonesa.

G Sobre el futuro de las artes marciales


En su libro Bushidō, Inazō Nitobe escribe que el bushidō nunca desaparecerá. Dentro de este mundo globalizado, aunque aparentemente aquello ve disminuido, uno debe ser capaz de responder a la pregunta “¿qué tipo de persona eres tú?” para poder actuar dentro de la sociedad internacional. “¿Qué tipo de persona eres tú?” es igual a las preguntas: “¿Eres japonés? ¿Qué es ser japonés?”.

Al practicar artes marciales, y tras haber perseguido los principios conductuales prácticos de los samuráis, que incluyen el servicio a los demás, uno comienza a pensar que las artes son espléndidas y que el Bushidō es magnífico.

Y no solo los japoneses. Hay también muchos en ultramar que desean intentar practicar las artes marciales y conocerlas aún más a fondo.

Esto, en lo que he apostado toda mi vida, lo que he estado persiguiendo, lo transmitiré a todas las personas del mundo que quieran practicar, sin importar la raza, la nacionalidad, la religión, la ideología o el credo. Esa es mi vida en el Budō. 








(Notas)

(*1) Soke (宗家): Título otorgado a los herederos o cabezas de estilo de las escuelas de artes marciales tradicionales de Japón.

(*2) Mugairyū Hyakusokuden (無外流百足伝): Se trata de 40 dōka (tankas, o poemas generalmente de treinta y una sílabas, creadas para facilitar el aprendizaje de los significados de la moral o la doctrina de una escuela o corriente) propuestos por la escuela de Jikyōryū (1681-1683), que fue el origen del Mugairyū.
 

(*3) La ideología de antigua China, Huang-Lao es la que agrupa los pensamientos de Lao-Tsé y Zhuangzi. En japonés, se denomina rōsō (老荘), o rōsō-shisō (老荘思想) para referirse a esta ideología. “No hacer nada y tomar las cosas como llegan” es “Mui-shizen” (無為自然).
 

(*4) En la antigua China se decía que el periodo de un aprendizaje duraba treinta años.


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